2 Corintios 7:1
"Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas..." Yo pido el cumplimiento de las promesas de Dios para mi vida y hago bien. Pero este solamente es el punto de vista humano. La perspectiva de Dios es que a través de sus promesas yo reconozca el derecho que Él tiene sobre mí. Por ejemplo, ¿me doy cuenta de que mi cuerpo es el templo del Espíritu Santo, o tengo un hábito corporal que indudablemente no soportaría la luz de Dios? A través de la santificación el Hijo de Dios se forma en mí y luego yo debo empezar a transformar mi vida natural en una vida espiritual por medio de la obediencia. Dios nos educa incluso en los detalles más pequeños de la vida. Cuando Él te dé convicción de pecado, no consultes con carne y sangre, con el hombre, sino límpiate en seguida. Mantente limpio en tu caminar diario.
Es necesario que me purifique de toda contaminación de la carne y del espíritu hasta que ambos se encuentren en armonía con la naturaleza de Dios. ¿La intención de mi espíritu está en perfecto acuerdo con la vida del Hijo de Dios en mí, o soy un rebelde en mi intelecto? ¿Se está formando en mí la mente de Cristo? Él nunca hablaba de los derechos que tenía, sino que mantuvo una vigilancia interna mediante la cual sometió continuamente su espíritu al Padre. Yo también tengo la responsabilidad de conservar mi espíritu en armonía con su Espíritu. Y cuando lo hago, gradualmente Jesús me eleva al nivel en el que Él vivió: el perfecto sometimiento a la voluntad de su Padre, sin prestarle atención a nada más. ¿Estoy perfeccionando en el temor de Dios esta clase de santidad? ¿Dios está haciendo su voluntad en mí y cada vez más otras personas están empezando a verlo a Él en mi vida?
Debes tener seriedad en tu compromiso con Dios y dejar con gusto todo lo demás. Literalmente, coloca a Dios en el primer lugar.