«No debería haber noche. Querría que siempre fuera de día. Mis noches están llenas de miedo, angustia y pesadillas». Naomí es una joven nigeriana de la comunidad Pulka, asentada en los pueblos fronterizos con Camerún, a unos 120 kilómetros de Maiduguri, la capital del Estado de Borno. Como tantos de sus paisanos en el noreste de Nigeria, Noemí revive el drama una noche tras otra: que la están raptando, que los terroristas llegan a su ciudad, que la obligan a casarse con un terrorista de Boko Haram o que uno de los insurgentes extremistas asesina a alguien de su familia. «Me da miedo que se haga de noche», confiesa la joven, una de los más de 30.000 desplazados internos de Pulka.
También Charles, un joven padre de familia de 33 años, también desplazado, reconoce que tiene pesadillas una y otra vez: «Revivo cuando vivíamos escondidos. Como los terroristas atacaban de noche, cuando oscurecía solíamos salir fuera de la aldea, escondiéndonos. Sigo soñando muchas noches que estoy escondido», cuenta a la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN).
Naomí y Charles viven en tiendas provisionales al lado del campo de refugiados de Pulka, conocido por Alpha, uno de los veinte campos de refugiados que hay en el Estado de Borno y uno de los seis en el distrito de Gwoza.
Las vidas de Naomí y Charles – como las de toda la comunidad Pulka – se vieron sesgadas por los ataques de Boko Haram,. En el estado de Borno, la mayoría de la población es musulmana y en Gwoza son casi el 90%, pero Naomí y Charles son cristianos. Los misioneros llegaron a Borno hace algo más de 50 años, trajeron la fe y con ella las primeras escuelas. Ayudaron a la población, que estaba muy abandonada, a desarrollarse. El grupo extremista Boko Haram tenía una agenda definida, uno de sus objetivos era acabar con los cristianos y la educación.
Sin la fe algunos no hubieran soportado tanto sufrimiento, explica el padre Christopher, sacerdote católico de la diócesis de Maiduguri que atiende a los refugiados:
«Primero, les metían miedo y amenazaban e instigaban para que se convirtieran. Luego, empezaron a ser más violentos. Los sacerdotes tuvieron que esconderse y dormir en las montañas, pero los miembros de Boko Haram seguían persiguiéndoles e instigándoles. Si se convertían no les harían nada…. decían. La situación se hizo tan difícil que entre 2015 y 2016 muchos decidieron tomar sus cosas y dejar el país, cruzar la frontera. Buscaron refugio en Camerún. De los que no se fueron, algunos fueron asesinados y otros lograron escapar».
Naomí y Charles, junto con la mayoría de los habitantes de la zona, dejaron todo y huyeron. «La huida no fue fácil,» cuenta Naomí que huyó con su hermana, «nuestros pies estaban hinchados, era demasiado para nosotras. Mi hermana fue capturada por Boko Haram, tenía un bebe en sus brazos y la dejaron ir por eso, resulta que ese bebe no era suyo, solo lo llevaba en ese momento, pero le salvó la vida. Muchos otros, como mi madre, fueron asesinados».
Gran mayoría de la comunidad Pulka huyó a Camerún, sólo en Minawao había más de 60.000 desplazados llegados de Nigeria. Allí estuvieron unos años, hasta que las tropas del ejército nigeriano retomaron sus aldeas en Gwoza y los animaron a volver.
Pero la situación sigue siendo precaria: «Fuimos refugiados en Camerún, regresamos y llevamos dos años aquí, pero la situación no es segura. Estamos de nuevo en nuestra tierra, en nuestro territorio, en nuestra amada Pulka, pero vivimos como desplazados. Estamos más cerca de nuestro hogar que cuando vivíamos en Camerún, pero vivimos de nuevo en peligro», dice Charles.
«No pueden salir muy lejos de los campos de desplazados, la seguridad fuera de los campos de refugiados no está garantizada. En la época de lluvias, es todavía más difícil moverse. Salen a cuidar sus cultivos, porque de algo tienen que vivir, pero hay ataques y son asesinados. No es nada fácil, tampoco para mí es sencillo llegar hasta aquí. Ir y venir sigue siendo un riesgo, pero todo lo que pueda hacer para ayudar a esta gente es importante para mí», explica el padre Christopher. El padre atiende a los desplazados, pero está viviendo en una casa abandona porque Boko Haram destruyó la iglesia y la casa parroquial de Pulka en 2014.
«La vida en Camerún era tan difícil que pensamos que nunca renacería la esperanza. El padre Christopher es una fuente de inspiración para nosotros. Cuando estamos decaídos nos da ánimos, es un verdadero padre para todos nosotros, intenta cubrir el hueco que dejaron nuestros padres, porque muchos fueron asesinados. Nos cuida como si fuéramos su propia familia. Dios provee y nos ayuda gracias a tanta gente en el mundo que se acuerda de nosotros. Rezamos para que Dios de fuerza a todos esos benefactores y podáis seguir haciendo vuestra labor y apoyándonos», dice Naomi.
También Charles, a quien Dios ha «bendecido con 4 hijos», como le gusta decir, está de acuerdo con que «celebrar la Navidad es duro en nuestra situación, la mayoría de nosotros, que vivíamos en Pulka, lo hemos perdido todo». Pero añade: «el Evangelio me da fuerzas para aguantar todo este sufrimiento, para soportar todo lo que vemos cada día. Jesucristo anunciaba el sufrimiento que vivimos. El sufrimiento es parte del ser cristianos. Nuestra vida está en sus manos. Me llena de esperanza recordar las palabras de Jesús, él nos recompensará al final de nuestras vidas. Jesucristo es mi salvación, eso es lo que yo celebro en Navidad».
«Es bello y doloroso al mismo tiempo.» – dice el padre Christopher – «Están fuera de sus casas, han perdido a seres queridos, pero viven la virtud de la esperanza y celebran la vida. Ellos confían en la Iglesia, porque es la que escucha su llanto y siempre intenta secar sus lágrimas. Esa labor de los primeros misioneros hace que ellos ahora se sientan fuertes en la fe y fieles a la Iglesia».
ACN pide apoyo para varios proyectos de atención a la comunidad Pulka, que incluye a unos 14.000 católicos. Entre ellos, una fuente de agua para los refugiados, la reconstrucción de la casa parroquial de san Pablo, en Pulka, para que el padre Christopher pueda alojarse allí y ayuda para las familias de 23 catequistas, que llevan a cabo la labor con los refugiados de la comunidad Pulka, en Nigeria y en Camerún