Dos meses después de que un par de sacerdotes jesuitas fueran asesinados en una remota comunidad montañosa en el norte de México, el presunto asesino sigue suelto y la gente del pueblo está asustada, pero la orden religiosa dice que no se irá.
Los asesinatos de Javier Campos y Joaquín Mora, así como de un guía de turismo que intentaron albergar, despertaron la ira en México y la Iglesia Católica Romana. La frustración ha crecido por no poder capturar al sospechoso, el presunto líder de una banda de narcotraficantes local, José Portillo Gil, alias “El Chueco”, o “El Torcido”.
Dos sacerdotes que sobrevivieron al ataque permanecen en la parroquia de Cerocahui en las montañas Tarahumara del estado de Chihuahua, pero ahora se desplazan con escoltas militares.
A pesar de los asesinatos y las continuas preocupaciones por la seguridad, la orden jesuita descartó cualquier idea de cerrar su misión allí. Está enviando dos sacerdotes más y una persona que estudia para el sacerdocio, dijo Jorge González Candia, asesor de la Sociedad Católica Romana de Jesús en México, quien fue asignado al caso.