Esta es una de las consultas que con más frecuencia hacen a los sacerdotes la gente que en algún momento de su vida cree sufrir los efectos de algún tipo de magia.
Lo primero de todo que habría que contestar es que desde una perspectiva cristiana hablar de buena o mala suerte es un modo superficial de considerar las cosas. Digo superficial, aunque habría que precisar que, aunque como modus loquendi es admisible, teológicamente es incorrecto. Lo que externamente aparece como mala suerte ha de ser considerado como una prueba. Lo que externamente aparece como buena suerte ha de ser considerado como bendición.
En ese sentido Dios permite el mal a través de todo tipo de causas segundas; entre las cuales está el demonio incluido. Ahora bien, ¿cómo saber si el demonio está involucrado en una racha de malos sucesos que acaecen en nuestra vida? No hay manera posible, puesto que se trata de una causa que aunque real es invisible. Sólo cuando los hechos son completamente inexplicables, bien por el modo en que han sucedido, bien porque no es razonable de manera alguna tal concatenación de hechos, sería admisible pensar que hay detrás una causalidad demoníaca.
Así que el sacerdote debe contestar que no hay forma alguna de saber si detrás de esos hechos que se le han referido, está o no el demonio. Pero que si el influjo del demonio está detrás de esos sucesos, el modo de contrarrestar ese influjo es la oración. La oración, hay que decirle, es lo que atraerá la bendición divina y alejará a ese ser maligno. En seguida la gente pregunta que cuánta oración hay que hacer y cuáles y de qué modo. La contestación que les doy es: cuanta más oración haga más atraerá la bendición divina sobre usted y los suyos.
La gente busca modos complicados, casi mágicos, de volver a la paz. Hay que explicarles que Dios es un Dios de simplicidad.