2 Pedro 1:8
Cuando empezamos a desarrollar un hábito, tenemos plena conciencia del hecho. En ocasiones nos damos cuenta de que nos estamos volviendo personas virtuosas, pacientes y piadosas, pero esta conciencia es tan solo una etapa. Si nos quedamos allí, vamos a adquirir, ínfulas del mojigato espiritual. Lo que debemos hacer con los hábitos piadosos es dejar que se pierdan en la vida del Señor hasta que se vuelvan una expresión tan espontánea de nuestra vida que ya no estemos conscientes de ellos. Nuestra vida espiritual continuamente se transforma en un examen interior debido a que existen algunas cualidades que todavía no hemos añadido a nuestras vidas.
Tu dios podría ser el lindo hábito cristiano que tienes, como orar o leer la Biblia a determinadas horas. Observa cómo tu Padre va a transformar esos momentos, si empiezas a adorar tus costumbres y no lo que ellas simbolizan. Decimos: "No puedo hacer eso ahora, estoy en mi tiempo a solas con Dios". No, es el tiempo a solas con tu hábito. Hay una cualidad que aún te falta. Reconoce tu defecto y luego busca la oportunidad de introducir en tu vida esa cualidad faltante.
El amor implica que no hay ningún hábito visible, sino que has llegado al punto en que está perdido y, por la práctica, lo realizas sin darte cuenta. Si eres consciente de tu propia santidad, te imaginas que hay ciertas cosas que no puedes hacer, ciertas relaciones en las que estás lejos de ser sencillo. Esto significa que falta algo por añadir. La única vida sobrenatural es la que vivió el Señor Jesús y Él en todo lugar se encontraba "en casa" con su Padre. ¿Hay algún sitio donde no te sientes como en casa con Dios? Entonces, permite que el Señor obre a través de esa circunstancia particular hasta que crezcas en Él y tu vida se convierta en la vida sencilla de un niño.